El único lugar donde puede sobrevivir esa sabiduría a la que se consagraba la filosofía es la soledad letrada del lector moderno, que se enfrente a lo escrito no sólo para conocer el tema, sino para conocerse a sí mismo, el modo en que enfoca los asuntos y el modo de cambiar ese enfoque, o de encontrar argumentos para no hacerlo, para parapetarse literariamente.
José Luís Pardo
Hasta este fin de semana puede contemplarse en la Sala de Arte contemporáneo (SAC) de la capital tinerfeña la última obra de Adrián Alemán. Un conjunto de fotografías en gran formato de buques empequeñecidos por la distancia que flotan, como féretros, en pardos velazqueños y negros barrocos que espejan la figura del espectador. Son fotos de una belleza evidente, como si quisieran afirmar (aun sin la esperanza de zanjar el asunto): – ‘sí, Adrián Alemán sigue siendo un gran artista’. Supongo que la insularidad determina que el reconocimiento local pese como una losa -en forma de expectativas no exentas de malevolencia- sin conseguir, empero, llegar siquiera a poner en duda el hecho de que no se es nadie. La escena internacional, comprometida con sus apuestas especulativas a un ritmo poco favorable a los abcesos de mala conciencia, sí ‘consagra’, liberando así del miedo escénico que tanto aviva la provincia, donde, más que reconocernos, ‘nos conocemos todos’.
Bien, todos estos comentarios serían baladíes si no fuera porque, presumo, Adrián Alemán nos propone un (otro) ejercicio de estilo. Con una jerga lacaniana que reconozco que no hago muchos esfuerzos por entender, el artista trata de explicar algo que se me antoja más sencillo: no es el sujeto el que crea la obra, sino la obra la que crea al sujeto. Aún más claro: somos lo que hacemos (con lo que ha hecho de nosotros lo que somos). Esto parecería también una obviedad (creo que fue el mismo Dios el que dijo eso de que ‘por sus actos les conoceréis’) sino fuera porque, en un mundo que ha convertido la obsesión por la identidad, con su componente de realización, en el motor de una economía insostenible, y que sublima a menudo la ansiedad que esto produce con nostálgicos anhelos de purezas originarias; apostar porque uno sea reconocido no por su linaje o por su capacidad adquisitiva sino por su obra, no deja de resultar ejemplar. Máxime si, frente a la habitual dimensión testimonial-conceptual de ese ejemplo, se reconoce el valor del hábito como motor de transformación social. Y particularmente si, además, esta imagen memorable se asienta en el tejido de un relato que trata de incardinar la experiencia en el orden del sentido, la actualidad en la línea de la historia y la instantánea en el tiempo de la demora. En un mundo del arte hasta ahora debatido entre ejemplos paradójicamente inimitables y resueltas expresiones de sinvergonzonería, la apuesta de Adrián Alemán parece la propia de esa figura del artista que Teresa Arozena (vaya por delante que este texto es sólo una humilde invitación a leer el suyo, del que es triste remedo) describe en el catálogo como ‘un tanto anacrónica’: un individuo que hace el esfuerzo de recorrer sus preocupaciones con una deriva que dibuje un rostro; al mismo tiempo que trata de ‘dar la cara’ por unas preocupaciones dignas de ese esfuerzo; que se mira en los límites de esta empresa; que implosiona además todo ello en una imagen metafórica, y la ofrece a la contemplación letrada del lector que se acerque a la obra no para contemplarla o conocer su asunto sino para espejarse, para (re)conocerse a sí mismo en la contemplación del trabajo subjetivo de un congénere que, como él, no entiende la subjetividad como un efluvio individual de naturaleza expresiva sino como el ejemplo vivo de un esfuerzo por establecer una relación distintiva con los anclajes a los que la maquinaria social le permite sujetarse (en este caso, en un territorio desplegado entre tensores tan dispares como la estética del archivo, la memoria histórica, la reterritorialización de la cultura, la insuficiencia del arte, la ironía romántica, la fotografía postdocumental, el psicoanálisis lacaniano, el fenómeno identitario, el pictorialismo o el lobby de un club náutico).
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Tags: espacio público, hábitos, identidad, islas, modernidad, periferia, represión, resistencia, subjetivación, territorio, visualidad