Del 6 de mayo al 3 d junio Moneiba Lemes expone su obra en Chafiras Tenerife Gallery.
Corren buenos tiempos para el realismo (y malos para la lírica). Lo inefable, otrora considerado arma fundamental contra el concepto y su dominio administrativo sobre el mundo, parece cosa de parapsicólogos y otro tipo de charlatanes. Hasta los sueños son reformistas, nadie piensa ya en mundos posibles sino en formas posibles de habitar un mundo intrascendente e intrascendible. Ya nadie quiere, Como Goethe, ‘detener bellos instantes’, ni busca sustraerle un ápice de eternidad a una actualidad celosa. Por supuesto, la pintura no está de moda. Parece un vestigio caduco de un mundo idealista, o una mera concesión al gusto pequeñoburgués por lo artesanal.
Y, sin embargo, viendo la obra de Moneiba Lemes, la forma poco pretenciosa y menos ingenua con la que incorpora estas dificultades a su proceso de investigación artística, pienso que quizá le quede algo por decir a una pintura comedida, sin regustos formalistas, de tono bajo, que utiliza su propio carácter fluido para hacer referencia a este mundo líquido que nos ha convertido a todos en bañistas y turistas. Quizá no haya que hacer mención a lo inefable para poner en evidencia la contradicción que existe entre las críticas a un mundo cargado de ansiedad y la ansiedad pragmática con la que se pretende rentabilizar promocionalmente estas criticas. Quizá los habitantes del mundo líquido no podemos soñar con una sustancia permanente que nos sirva de tierra firme, pero a lo mejor podemos encontrar una suerte de ‘iluminación profana’ en algo tan poco revelador como un gesto pausado, una soledad meditativa, un abrazo o en ese ligero adensamiento del instante con el que Chardin consiguió secularizar el ensimismamiento reflexivo, en esa demora, carente de pretenciosidad, con la que acompasaba el tempo de la acción de la figura, el de la pincelada y el que le exigía al espectador para ver algo que bien podría verse en un instante pero en lo que, sin embargo, merecería la pena distraerse. Quizá porque a la pintura le pase como a las especies en extinción, que hay que protegerlas no tanto porque las necesitemos, sino porque, como decía McMillan, para salvarlas tenemos que desarrollar las cualidades humanas que necesitaremos para salvarnos a nosotros mismos.
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