ATTA. ARTE Y COMUNIDAD

El presente texto constituyó una aportación personal al proceso de formación de ATTA de uso interno. Ya que el mismo ha aparecido circulando en algunos ámbitos no veo inconveniente en publicarlo ahora en futuro público.

ATTA. ARTE Y COMUNIDAD

Son varias las circunstancias que han propiciado la fundación de la Asociación de Trabajadoras y Trabajadores del Arte, ATTA. Parece sensato comenzar mencionando las que podríamos calificar de epocales, es decir, las que están constituyendo un nuevo espacio de participación ciudadana, en el que sujetos libres se interesan por los procesos de gestión y de decisión política. Lo que se denomina democracia participativa, en la que la mediación profesionalizada, y en muchos casos desconocedora de ámbitos sociales específicos, se percibe como un obstáculo para la consecución de los intereses socioculturales y políticos de la comunidad.

El medio social del arte ha permanecido, posiblemente propiciado por consignas culturales, fuertemente individualizado. Ese tiempo debe considerarse concluido. Paralelamente a otros procesos de confluencia dentro del propio sector cultural, y por supuesto en sincronía con la toma de conciencia generalizada que desborda hoy las antiguas instituciones, la constitución de un cuerpo social a partir de los agentes implicados en la comunidad artística local es ya una realidad, y es parte del proceso de empoderamiento necesario para la consecución de un nuevo marco de relaciones sociopolíticas.

A nadie se le escapa que este proceso, que debe considerarse una evolución lógica de los dispositivos de representación/participación en el marco de las relaciones sociales, culturales y políticas, se ha acelerado en los años de crisis que hemos sufrido y que continuamos sufriendo. Esta crisis, que ya nadie percibe como exclusivamente económica, ha puesto en evidencia la carencia de estructuras sociales y cuerpos colectivos que vehiculasen la capacidad de respuesta, pero sobre todo que ayudasen a visibilizar colectivos sociales específicos, formados, con capacidad crítica, con propuestas claras que emanan del propio tejido productivo, y que dispone de herramientas de participación. El tiempo de la re-presentación profesionalizada se halla en decadencia. Nos constituimos como cuerpo colectivo conscientes del poder del consenso que hasta ahora se percibía en conversaciones dispersas, y del necesario esfuerzo de mediación y conciliación que exige una verdadera cultura democrática.

La crisis ha golpeado duramente a toda la sociedad y en todos los ámbitos, públicos y privados. No obstante, la representación de este drama a cámara lenta, unida al hecho de que el propio neoliberalismo económico haya identificado al sector cultural con el ocio, han minimizado la apreciación ciudadana de la crisis en el sector de la cultura. El intento de rentabilizar económicamente la cultura y de convertir sus instituciones en activos para la industria del turismo o en espacios de expansión y ocio, evidencia la profunda incultura sistémica de los tecnócratas y políticos. Aunque, a la vista de los resultados, también podríamos considerarla una perversa estrategia encaminada a desmontar el programa de emancipación social que la modernidad construyó en torno a sus instituciones culturales. Desde que se percibieron los primeros síntomas de esta crisis, el desmantelamiento de las políticas culturales no fue ni siquiera percibido como un sacrificio en aras del bien común. Simplemente se consideró como un ahorro de gastos superfluos, prescindibles, precisamente porque ellos mismos los habían conceptuado previamente como inversiones ociosas.

Lo peor es que esta consideración del gasto en cultura como superfluo tiene “cierto sentido” si se tienen referencias de lo ocurrido en Canarias, en el periodo inmediatamente anterior, el que denominamos burbuja económica. En aquellos años el incremento de los presupuestos en cultura, aun siendo moderado, alcanzó una cuota notable, sin embargo, no fue percibido por la mayoría de los artistas, ni colectivos especializados. Las llamadas vacas gordas no sirvieron para que el tejido artístico de base, sus verdaderos agentes, dispusieran de recursos suficientes para crecer en sus propuestas, y con ello contribuir al proceso de construcción de sus comunidades. Continuaron como siempre haciéndose cargo de todo, campeando una situación sistémica de crisis, un panorama de raíces históricas que los gestores y políticos del momento trataron siempre de soslayar para imponer una lógica neoliberal, acorde con sus intereses de partido. Estas políticas propiciaron la aparición de múltiples agencias de producción, gestión y planificación cultural que absorbieron gran parte de ese presupuesto. La mayoría de estas agencias, hoy prácticamente desaparecidas, deben ser consideradas instrumentos óptimos para la redistribución de recursos públicos hacia la gestión privada de la cultura, propias de políticas neoliberales, pero funestas y escasamente útiles para el desarrollo de experiencias de creación y de reflexión social necesarias en una colectividad que históricamente no ha tenido la oportunidad de desarrollar su potencial con apoyo institucional. Efectivamente ese gasto era superfluo, estaba destinado a saciar la avaricia de una parte ínfima de un sector inexistente como tal, al que se trató de dar cierta apariencia. A cubrir una cuota de propaganda en forma de cultura espectacular. A pagar el megalómano espejismo de una sociedad supuestamente moderna, a partir de lo que algunos denominan “cultura ovni” –descontextualizada y cara– que les basta para creer que están haciendo alta cultura. Mientras la cultura de base, la que configura nuestro verdadero horizonte como comunidad prácticamente no percibió cambio alguno.

También han concurrido circunstancias de otra índole que han provocado hastío en la comunidad artística. Se trata de reiteradas maneras de proceder en la gestión de los recursos en el ámbito de la cultura. Insistencia que posiblemente responde a un modelo político que lleva gobernando ininterrumpidamente desde 1993. Este modelo parece estar enredado en una especie de “metapolítica cultural” sin atender a las bases sobre las que se asienta. Como si estas fueran demasiado estrechas y anhelaran una revolución por arriba, en la espuma, como esperando dar un campanazo a la altura de sus ambiciones políticas. O tal vez, porque son políticas orientadas a reforzar la marca Canarias y la industria turística, apoyadas en la cultura espectacular. La historia reciente nos obliga a nombrar al ambicioso SEPTENIO que ya en plena crisis, como es sabido, se empeñó en imponer un ingenuo modelo tutelar de producción científica y cultural, con el consiguiente estrepitoso fracaso. A estas alturas resulta tedioso volver a comentar la lista de eventos con los que se fue desinflando el plan de lo que, ahora sí, a toro pasado, ya nadie duda en valorar como el mayor fiasco en la gestión cultural de Canarias.

El Gobierno de Canarias ha preferido siempre apostar por grandilocuentes eventos de los que no ha sabido extraer conclusiones. Su tendencia a financiar acontecimientos de supuesto calado internacional le lleva de manera indefectible al fracaso. Otro ejemplo: la Bienal de Arquitectura, Arte y Paisaje, que como ya es costumbre empeñó el presupuesto de cultura para estimular la industria tradicional, la del turismo, al menos en su primera edición; de las restantes, mejor ni hablar. O Canarias Crea, otro invento descabellado, siempre atendiendo a criterios promocionales de dudosa rentabilidad y sentido. Como es evidente, este cúmulo de desaciertos ha dejado bajo mínimos los presupuestos para la cultura de base. Ésta continúa, a pesar de ello, tratando de construir los relatos de lo que acontece en las comunidades que nos configuran. Narraciones necesarias que los políticos provincianos desprecian con un paternalismo irritante. La práctica local de la cultura es siempre un bien necesario, en tanto que es la forma en la que se visibiliza la experiencia de una colectividad. En la isla de Tenerife la indiferencia del Gobierno en materia de arte es aún más evidente, dado que después de tantos años, no han sido capaces de crear una sede estable para el desarrollo de sus proyectos, comparable a La Regenta en Gran Canaria. La SAC en Tenerife, se ha convertido en una sede nómada, con un carácter interino, que impide realizar una política de programación sólida. Estos centros de arte, que fueron los únicos que proporcionaron visibilidad y apoyo a la creación contemporánea durante dos décadas, han sido vaciados de todo sentido al reducir prácticamente a cero sus presupuestos para programación. Deberíamos argumentar también que a estos proyectos les faltó ambición para generar una política de intercambios con otras instituciones similares, o capacidad de gestión para disminuir la burocracia que impide la distribución de sus antiguas publicaciones.

Anteriormente, el compromiso suplía las carencias. Creíamos firmemente en nuestro papel de productores culturales, nos hicimos cargo de todo, confiados en que sería cuestión de tiempo. El tiempo necesario para construir una red de expertos que propiciaran el desarrollo cultural, que atendieran las demandas de una sociedad cada vez más formada y corresponsable de su propio devenir. Son ya varias las generaciones de artistas, comisarios, gestores y especialistas que son conscientes de que si existe la apariencia de un tejido cultural, lo es en función de su esfuerzo privado, y de su compromiso con un dialogo que se desarrolla a pesar del nulo esfuerzo que las instituciones han hecho para comprenderlo y apoyarlo. El evaporado Plan Estratégico del Sector Cultural de Canarias siempre se empeñó en cartografiar un sector económico donde sólo había buenas voluntades, al menos en el ámbito de las artes.

Pero si hay un episodio que ha soliviantado los ánimos en Canarias y especialmente en Tenerife ha sido el naufragio del TEA. Una de las razones es que llegó demasiado tarde. Mientras el CAAM cumple veinticinco años de programación y el cabildo grancanario lleva más de treinta realizando actividades en este ámbito –desde los Talleres de Arte Actual en los ochenta, el Cabildo de Tenerife, no ha mantenido ningún programa vinculado con el arte contemporáneo hecho en Canarias en toda la democracia. La inexperiencia de los responsables del Cabildo de Tenerife en esta materia y su incapacidad para vincular a agentes sociales al proyecto, han puesto en evidencia la enorme distancia a la que se encuentran respecto de las demandas reales de la comunidad, que se las ha apañado para continuar creciendo a pesar del desinterés secular de la institución.

Esperábamos con verdadera expectación la apertura de Tenerife Espacio de las Artes, TEA. Dábamos por sentado que el proyecto debería aspirar a entrar en diálogo al menos con los múltiples centros españoles de similares características. Esperábamos, como mínimo, que se convirtiera en un centro de referencia en su zona de influencia, Canarias. Sin embargo, su iniciativa deriva en dirección contraria.

Los últimos cuatro años del TEA han convertido en buenos los dos primeros. El desparpajo y la falta de vergüenza con la que se ha administrado el espacio en este periodo, manifiesta de manera palmaria el desprecio que esa administración brinda a la comunidad artística expandida. No es ya el ninguneo a la que ha sido sometida –no se ha programado con el objetivo de dignificarla y enriquecerla-, sino el trato denigrante de una administración carente de la más mínima coherencia y sentido del ridículo, que ha sido capaz, entre otras muchas pifias, de programar exposiciones de amiguetes con influencias. Este hecho ya ampliamente comentado, sitúa a Tenerife Espacio de las Artes a la altura de cualquier sala de pueblo. Demasiada inversión y demasiadas expectativas para gestionar un espacio emblemático con absoluto desdén por la cultura.

Por comunidad artística expandida me refiero a un público que se ha especializado, asumida por fin la disolución de las jerarquías productivas propuestas por la crítica cultural en los sesenta. Hablamos de una comunidad abierta hacia un perfil de población involucrada en los procesos de producción socio-cultural, que habría tenido la paciencia suficiente para esperar a que el espacio evolucionara hasta ponerse a su altura. Pero ni en nuestras peores pesadillas imaginamos nunca una gestión tan desconsiderada. Habríamos esperado hasta conseguir una programación digna de un centro de arte de provincias como tantos otros, pero nunca una humillación tan flagrante e impune como la que nos están imponiendo.

Este proyecto no comenzó con demasiado buen pie. A pesar de adjudicarse la plaza de director siguiendo el código de buenas prácticas para museos y centros de arte, no se asumió una política de transparencia para una gestión congruente con ese código. Este hecho ha propiciado zonas oscuras en la gestión de esa primera época, que parece que son parte de las rémoras actuales. Por ejemplo, el desconocido acuerdo para la cesión temporal de la colección COFF, que a pesar de ser presentada como una generosa oferta, la letra pequeña contiene más ceros de los que nunca se informó. Sin embargo, la perdida de referencias creada tras la dimisión del primer director ha hundido al centro durante cuatro largos años en un periodo errático y mediocre, del que sin duda no existen referencias en ningún otro centro comparable a éste, y en el que nadie parece asumir responsabilidad alguna. No es sólo que algunos arribistas se salten los protocolos habituales de selección, y acudan al despacho del Presidente del Cabildo para conseguir lo que no consiguen por méritos propios. Más irritante es aún la prepotencia recurrente con la que se ha asumido la gestión del proyecto, parapetado tras una vacante, y desde la que se ha perpetrado una programación absurda e injusta. Es un problema de cultura, nadie con la suficiente puede pensar que se puede actuar sin criterios en el ámbito del arte. Y el criterio hay que cultivarlo, por eso es cosa de profesionales especializados, y a la vista de los resultados el TEA carece de ellos.

Tanta incongruencia es injusta y eluden con descaro el compromiso que tienen con la comunidad para la que trabajan. Una comunidad que llevaba demasiado tiempo esperando por este proyecto, que es producto de su esfuerzo, fraguado gracias al compromiso de tantas generaciones. Nos han escamoteado la posibilidad de dar sentido al TEA que es tarea de los implicados en las prácticas artísticas, secuestrado por funcionarios que lo administran como un centro de visitantes. Para muestra, el pobre esfuerzo que han hecho para interpretar el gran espacio dialogal que proyectaron Herzog & de Meuron, que debía haber sido lugar de encuentro y reflexión de la ciudadanía, y que han convertido en una cara sala de estudio, algo más ambicioso requeriría implicación y trabajo. La fuerte inversión que ha supuesto el TEA simplemente ha ido a parar a otro sector tradicional, la industria del cemento, que por ahora es la única beneficiada. Posiblemente porque también era una forma de desviar parte del presupuesto de cultura hacia otros ámbitos más rentables y con mayor influencia.

Hace quince años, cuando ya conocíamos el emblemático proyecto para IODAC, y comenzaban a repuntar los modos y maneras que terminaron por fraguar, la comisaria e historiadora del arte Gloria Moure, comentó a propósito de la situación, que lo importante eran las piedras, que una vez construido ese espacio solo sería cuestión de tiempo que algún día se llenaran de sentido. En ello estamos, ahora reunidos en torno a una asociación que surge desde una densa y comprometida red de artistas, comisarios y gestores con mucha experiencia, que asumen la responsabilidad de señalar las incongruencias a las que estamos sometidos, con el deseo de ayudar a configurar una sociedad mejor. La creación de la Asociación de Trabajadoras y Trabajadores del Arte, ATTA, debe percibirse como un paso más en la consecución del proyecto de emancipación social con la que soñaron las generaciones anteriores. Es parte del compromiso de la cultura con las comunidades que la propician. Un nuevo dispositivo social que se suma a los dispositivos institucionales ya existentes. Un claro síntoma de la madurez y complejidad que la trama cultural adquiere en su camino.

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