Reflexión sobre los acontecimientos en el Rectorado y la situación actual en la ULL

 

El texto que a continuación se publica es una carta redactada en el contexto de un cruce de correos condenando o lamentando los incidentes acaecidos en una manifestación de estudiantes que terminó en el rectorado de la ULL. La escribí por dos razones, la primera, que queda patente en el texto, porque necesitaba sacudirme mi propia pasividad ante lo que está aconteciendo. La segunda razón es algo menos evidente y, sin embargo, es la que creo que justifica su publicación en esta revista, consagrada fundamentalmente a pensar la imagen: todos los comentarios –y no fueron pocos- que provocó la manifestación e incluso –y esto es lo más sorprendente- las también numerosas ‘informaciones’ publicadas, algunas a toda página, en la prensa, tenían un denominador común: fueron escritas por gente que no estuvo en la manifestación a partir de tres fotos realizadas por parte interesada con una finalidad entiendo que pericial. La creciente ‘precarización’ del periodismo –que hace inviable desplazar un reportero a cubrir la noticia- favorece aún más que la información se genere como comentario a un número limitado de imágenes realizadas en ‘plano corto’ acompañadas de declaraciones de gente que tampoco ha visto más que esas imágenes.

 

Estimados compañeros:

Yo asistí a la concentración convocada el pasado jueves por los alumnos de la ULL en protesta por la subida de las tasas universitarias. Durante una hora y bajo un sol de justicia, los estudiantes, congregados en un numero muy significativo en las escaleras del edificio central, corearon consignas contra los recortes en educación y en defensa de la universidad pública. Es cierto que, en algunos momentos, alguna de ellas se dirigió en contra del Rector. Puedo asegurar que, al menos en la zona en la que yo me encontraba, fueron poco secundadas. Significativamente, muchos de los congregados preguntaban quién era ‘ese tal Domenech’. No habían acudido allí para protestar contra el rector.

Pasado este tiempo, en el que no se produjo ni el más mínimo incidente, y ante la evidencia de que ningún medio se haría eco de aquella concentración, los estudiantes decidieron abandonar el campus central y dirigirse al rectorado. Sin duda, hubiera sido más atinado dirigirse al Gobierno Civil, pero también mucho más operativo [para los que no sean ‘del país’, el Gobierno Civil está en Santa Cruz] marcarse un punto concreto, con alguna vinculación con la protesta, que definiera un recorrido suficientemente largo como para darle visibilidad y suficientemente corto como para no hacer intolerables las molestias que habría de causar a los usuarios de la vía pública la improvisada manifestación. Tengo la certeza de que la práctica totalidad de los manifestantes pensó que se dirigía al rectorado a trasladar a los representantes de la institución su malestar y no a acusarles del mismo.

El improvisado recorrido parecía perfectamente estudiado. Se realizó a un ritmo que hizo compatible la ocupación de las calles con la actividad de los ciudadanos que se vieron afectados (a los que, por mi parte, pido disculpas y cuya paciencia agradezco). Las dos sentadas que cortaron el tráfico en vías muy transitadas duraron un tiempo prudencial que, a mi juicio, hizo tolerables las molestias que comporta la visibilidad que se persigue con este tipo de actos. Estas molestias se vieron minimizadas también en buena medida por la diligencia de la policía municipal, que anticipó un recorrido que no conocía de antemano, cortó las calles pertinentes y desvió el tráfico evitando que llegará a colapsarse un tiempo excesivo. En todo momento su respuesta fue proporcionada y eficaz. Dado que, en algunos tramos, la manifestación concurrió entre los coches taponados, el contacto con la ciudadanía afectada fue muy directo. A muchos de ellos se les requirió que suplieran con sus pitas la evidente falta de aparato sonoro de esta manifestación improvisada. Casi todos accedieron, hasta donde yo pude observar, de buen grado, incluso diría que con empatía. En ningún momento observé tiranteces. La actitud de la ciudadanía fue también ejemplar.
Todo lo acontecido hasta llegar al rectorado justifica que los convocantes califiquen de éxito su iniciativa. Yo no entré al recinto del edificio de gobierno, pero sí pude observar los acontecimientos desde cierta distancia: un grupo de manifestantes absolutamente minoritario entró en el edificio, un par de ellos se asomaron por las ventanas del cuarto de baño que dan al aparcamiento, llamaron a sus compañeros a ocupar el edificio y lanzaron al exterior dos rollos de papel higiénico a modo de serpentinas. Cuando hicieron otro tanto con el rollo de papel de secarse las manos, con la misma sorprendente coordinación improvisada que presidió el resto de la manifestación, la práctica totalidad de los asistentes se dio media vuelta, abandonó el recinto universitario y se disolvió. Como yo estaba en la puerta, pude oír muchos de sus comentarios. Todos reprobaban el desenlace de los acontecimientos y se desmarcaban abiertamente del mismo con ciertas muestras de hartazgo. Puedo asegurarles que la inmensa mayoría de los asistentes a la manifestación conocieron los destrozos a través de las fotos.

Creo que estamos viviendo acontecimientos de una importancia histórica que quizá no alcanzamos a apreciar. Como bien afirma nuestro Decano [hace referencia a una carta enviada por el Decano de la facultad de BB.AA.], “el problema generado por el Decreto Ley 14/2012 va mucho más allá de las consecuencias que pueda tener con carácter inmediato”. La subida de tasas, objeto de la protesta, unida al aumento espectacular de la carga docente del profesorado es una medida puramente ‘preliminar’ que no tiene otro objeto que generar datos ‘objetivos’ que avalen las conclusiones de la comisión de expertos para la reforma de la universidad, curiosamente anticipadas en el mismo momento de su constitución: sobran titulaciones, sobran universidades y, sobre todo, sobran universitarios; no podemos permitirnos tanto licenciado en paro, la formación superior debe asegurar posiciones sociales de privilegio y debe estar restringida a un número escogido de individuos. Como no parecen dispuestos a que la realidad les arruine su visión de la misma (el incremento de la matrícula y, en general, de la demanda formativa ha sido notable en los últimos años) el paquete de medidas contempladas en el Decreto Ley tendrán una consecuencia evidente: en septiembre, el número de alumnos se habrá reducido significativamente, lo que hará insostenible el excedente de capacidad docente. En ese momento tendremos unos ‘planes de ordenación’ que atribuirán una carga al profesorado llamativamente por debajo de sus flamantes obligaciones contractuales. El ‘titular’ está servido: ‘se les paga por investigar y no investigan, además se encargan a sí mismos un 33% menos de trabajo del que deberían, lo que obliga a los alumnos a hacer frente a unas tasas muy elevadas para pagar el exceso de profesorado’. Hacer calar este sencillo mensaje en la ciudadanía hará plausible una reforma universitaria cuyo alcance aún no vislumbramos y que posiblemente llevará a cabo un gerente de Unión Europea desplazado a otro país del sur intervenido porque ‘la Europa trabajadora no puede seguir pagando la factura de los países de funcionarios’ (en esto, tampoco la realidad -que indica que España tiene un sector público moderado que no generó nuestra deuda, fundamentalmente privada- tampoco va a arruinar sus planes).

Este será sólo otro capitulo del desmontaje acelerado no ya del Estado del bienestar, sino del estado a secas, como garante de una justicia y equidad social que está siendo sistemáticamente atacada desde la crisis, pero no la del 2008 sino la de 1973. Una crisis que, curiosamente, pretendemos atajar con medidas procíclicas, obviamente ineficaces, que seguirán fracturando la sociedad exactamente hasta llegar al límite de su tolerancia y capacidad de aguante.
Tiene razón nuestro Decano cuando llama a la unidad. Y nadie duda que “los rectores están actuando de manera intensiva y coordinada para paliar este ataque y anular sus efectos”. Por otra parte, la respuesta sosegada y conciliadora del jefe de gabinete del rector ha sido también significativa. Lo último que deberíamos hacer es caer en la estrategia del ‘divide y vencerás’ (entre profesores con sexenios y profesores ‘vagos’, estudiantes laboriosos y estudiantes que suspenden, funcionarios y trabajadores, jefes e indios…). Pero yo también atendería a la opinión de su vicedecano [hace referencia a la carta que se publica junto a esta]: la ‘doctrina del shock’ está operando con una eficacia realmente sorprendente, estamos asumiendo medidas que hace apenas cinco años hubieran provocado reacciones airadas (recuerden la dimensión de las movilizaciones por la Reforma Universitaria o la homologación, asuntos que hoy parecen menores) con una pasividad cercana a un estado de catalepsia social (y los rectores, además de razones, tendrán también que esgrimir en su momento su capacidad de catalizar el malestar de su colectivo). No excluyo de ese estado de catalepsia a nuestros propios dirigentes, que con mayor o menor agrado tendrán que demostrar ante sus interventores que son capaces de llevar los recortes justo hasta el límite de poner en riesgo el espacio común europeo. Estamos jugando con fuego. No considero exagerado recordar que en la última crisis de esta envergadura, la vivida en los años treinta, las democracias occidentales sólo tuvieron el coraje de reforzar el sector público cuando la amenaza de las dictaduras nacidas al calor de la crisis –y de la consecuente proletarización de las clases medias- obligó a hacerlo. Tampoco es necesario recordar el desenlace de aquellos acontecimientos ni que, en este momento, ni siquiera parece posible abordar esta crisis con medidas que incentiven un crecimiento que, a corto plazo, también parece insostenible.

La universidad debería estar absolutamente movilizada, no ya como foco de protestas por recortes laborales o sociales, sino de pensamiento crítico alternativo en una coyuntura histórica que exige que los que tenemos el privilegio de cobrar por pensar y gozamos, aún, de un cierto prestigio e influencia social, nos comprometamos a abrir y alimentar un debate a la altura de los acontecimientos. Y estamos en shock.
El pasado jueves, un millar de alumnos, de manera improvisada, fue capaz de sacarnos momentáneamente de nuestra catalepsia y despertar lo que puede ser el germen de una necesaria movilización. No pretendo en absoluto ni minimizar la angustia expresada por los trabajadores del rectorado ni justificar unos destrozos que, por otra parte , no dudaría en calificar de menores, incluso diría que sorprendentemente moderados en una comunidad que, no lo olvidemos, tiene en paro a más de la mitad de sus jóvenes que, ahora, van a verse también expulsados del sistema educativo. En todo caso, muchos o pocos, creo que deberíamos dar los daños materiales por bien invertidos si sirven para desencadenar una movilización que considero urgente y que, efectivamente, reclamo unitaria (en todo caso, no sería malo que nos reuniéramos de nuevo en el rectorado en un acto de desagravio a los trabajadores que se sintieron agredidos y a darle, de paso, una manita de pintura plástica a las pintadas; algo que, como comentaba nuestro vicedecano, nos resultaría familiar a los profesores y alumnos de la facultad de Bellas Artes, acostumbrados a realizar labores de mantenimiento en las aulas). Si los universitarios no cobramos conciencia de nuestra responsabilidad a la hora de canalizar el latente y creciente malestar que, por fin, nuestros alumnos han puesto en evidencia, pronto recordaremos con nostalgia los incidentes del pasado jueves.

 

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