15M, multitud que se sirve de máscaras para ser una

por Raúl Sánchez Cedillo vía listas de correo de la Universidad Nómada

 

Más de un mes después de la irrupción del 15 de mayo, la plena realidad de un movimiento revolucionario inédito e impredecible no deja de provocar estupor y entusiasmo a quienes tengan solo unos minutos para pensar lo que está ocurriendo en el Reino de España. Y miedo, mucho miedo, porque el movimiento afirma y reitera tras cada embate que «no tenemos miedo». En efecto, el 15M reactualiza el clásico «terrere,nisi paveant»[«causa pavor, si no lo tiene»]: a la policía, al sistema de partidos, a los cada vez más patéticos, despreciables e impotentes opinion makers.

Esta irrupción no está siendo una jacquerie contra las políticas de austeridad, pero tampoco es un movimiento por los derechos civiles y de desobediencia que podamos encajar en un esquema (liberal) clásico. Ni, por supuesto, como una variante española de la «antipolítica» italiana. El movimiento ha irrumpido y se ha presentado como un movimiento de democratización radical y al mismo tiempo de radicalización democrática. «No somos una mercancía en manos de banqueros y políticos. ¡Democracia real ya!». No solo en sus críticas y propuestas de reforma radical del sistema representativo de partidos, sino también en sus modalidades de discusión y deliberación en asambleas y comisiones, expresa intensamente la fuerza y los problemas de las instancias de democracia directa de masas. En sus modos y repertorios de acción colectiva, los de la desobediencia civil pacífica masiva y no testimonial, los de la resistencia y la protección mutua de los cuerpos contra la violencia policial y los del desafío y asedio a los parlamentos, es un movimiento de radicalización democrática, el más poderoso y desconocido de la historia constitucional española.

El afecto de la indignación no es suficiente para dar cuenta de la extensión, la intensidad y la persistencia del 15M, aunque explica el carácter tumultuoso de su aparición. A mi modo de ver, los aspectos más interesantes (y felizmente inquietantes) tienen que ver con el hecho de que el movimiento ha venido constituyéndose como una red de redes de singularidades que opera en varios planos de la realidad (de las plazas a las redes sociales, pasando por los media mainstream) y que es capaz de autoregularse en cada secuencia de su despliegue y de su antagonismo. Esta capacidad está logrando traducir en comportamientos políticos la velocidad absoluta del afecto de indignación que, recursivamente, vive en la red. Se ha señalado ya que, en este sentido, el movimiento del 15M es una expresión igual y contraria, potente y liberadora, de los regímenes de la transmisión mimética del miedo y la esperanza de salvación para unos pocos, necesarios para la aceptación de las políticas de austeridad.

Parece como si el 15M fuera plenamente consciente de que no hay un afuera practicable del sistema de regulación constitucional de los antagonismos (y de su lógica subyacente de amigo-enemigo) y de que precisa de máscaras que difracten toda tentativa de identificación y división, la luz de los focos policiales y mediáticos. Hay una inteligencia y una prudencia distribuidas que funciona en las dimensiones variables de una fully connected networky que, por composición de perspectivas, planos y opiniones y aplicación recursiva y modificación en tiempo real de procedimientos (en la red y en las asambleas), llega sorprendentemente a «conducirse como una sola mente» (Spinoza). Resulta extraordinario considerar ahora cómo el movimiento ha sido capaz de organizar en red su irrupción el 15M, de transmutarse sin desgarros y en tiempo útil en acampadas y asambleas en las plazas, luego en asambleas de barrio en las grandes ciudades, de organizar acciones distribuidas e inesperadas contra la ejecución de los desahucios por el impago de las hipotecas y, cuando escribo estas líneas, se prepara para volver a inundar las calles contra el Pacto del euro el 19 de junio. Y en cómo ha convertido hasta ahora en motivo de legitimación y nueva indignación todas las tentativas de neutralización y criminalización, sin perder complejidad, multiplicidad y radicalidad y, sobre todo, unidad de esfuerzo y aplicación sin unidad de mando.

Es nuevo el modo en que se apropian-expresan el movimiento, cómo afectan y son afectados por éste desde pequeños empresarios autónomos a estudiantes precarios, desde migrantes a amas de casa, desde hipotecados a gays y lesbianas. La composición central del movimiento contribuye a explicar esas capacidades: tanto en las asambleas como en los actores de red encontramos una centralidad del trabajo cognitivo y relacional precarizado, con grados diferenciales de intensidad, desempeño e identidad laboral. Pero no caben las lecturas banalmente sociológicas: antes que cimiento de identidades e intereses, esa composición está funcionando más bien como una red de sintetizadores del malestar y como un coeficiente de transversalización y enriquecimiento de las gamas de la expresión dentro del proceso del movimiento.

Pero tal vez lo más increíble es que el 15M está haciendo esto sin la participación de ninguna estructura de protesta política y sindical preexistente. Escrupulosamente mantenidas al margen, son animadas a participar disolviéndose y metamorfoseándose en el movimiento.

Esta naturaleza de sistema-red abierto de tipo autopoiético, de tipo policéntrico y variable, de un espesor multiplanar, es a mi juicio la clave del carácter constituyente del 15M. El problema del autogobierno de una multitud, esto es, el de la conjugación no dialéctica entre el despliegue de las singularidades y la capacidad de unirse en la aplicación puntual de la fuerza, en las formas de decisión por una especie de «consenso emergente», en la capacidad de decidir en la sobreabundancia de matices y opiniones, hacen de este movimiento una formidable y perdurable amenaza. Hoy por hoy, comienza a madurar el proyecto de un concierto polifónico de instituciones analógicas y digitales capaces de hacerse-cargo-de producir el común en términos de grandes agregados sociales y metropolitanos y de una participación de masas, capaces de dictar a la autoridad pública la apertura y cierre de nexos, sedes, flujos de finanza, espacios urbanos, entidades privadas parasitarias, etc. Donde este sistema abierto de contrapoderes funcione como un rizoma de instituciones del común. La «toma del poder» es epistémicamente ilegible para este movimiento. El principal atractor de procesualidad constituyente del 15M frente a las tentaciones recurrentes de «salida política», electoral o no, pasa a mi juicio por este énfasis en la producción de instituciones materialmente capaces de reapropiarse de (la gestión-transformación del) capital fijo humano y maquínico de las metrópolis.

Ni que decir tiene, por último, que, como sucede en Grecia o en Túnez, Marruecos o Egipto, el 15M difícilmente se mantendrá con vida ni se sustraerá a un destino trágico si no tiene intercesores, relevos, aliados en otras áreas y metrópolis euromediterráneas. La inteligencia indignada distribuida está en las mejores condiciones de identificar a los adversarios principales y secundarios y de evitar los atajos del voluntarismo y de la desesperación.

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