“Los países de la Utopía se localizan (…) en una isla.”
Umberto Eco
Un archipiélago no es sólo un conjunto de islas, sino que forma un cúmulo de posibilidades, como si fuera un cosmos de existencias. Cada isla, o cada cuadro, guarda en su cerrazón una posibilidad de existencia, una manera de ser. Como dice Peter Sloterdijk, un prototipo de mundo dentro del propio mundo; de la misma forma en que lo eran las islas con las que se tropezaba Ulises en su viaje de regreso a Ítaca, cada una era diferente a la anterior. La isla es finitud, porque está limitada, y por tanto es concreción, una forma concreta de existencia. De esta forma, las distintas posibilidades de las islas actuales podrían ser las variantes posibles que ofrece el capital, representaciones de paraísos artificiales, pero, aún más, la artificialidad de la mera idea de paraíso.
La mirada a la isla es exterior. La isla se ve y se comprende en la lejanía, donde se observa sus límites, el contorno que la define y lo que en ella encierra, donde se percibe su aislamiento. Para mirar a la isla hay que hacerlo desde afuera de ella, ver la isla como imagen, desplazar el cuerpo del espectador de la tierra, que es un punto dentro del mapa, hacia otro lugar, o más bien un no-lugar, el cielo o el mar, donde obtener una buena panorámica. Ahondar en la isla implica salirse de ella.
En los cuadros-islas que ahora nos atañen, el archipiélago de ideas propuesto por Cristóbal Tabares, el ojo de desplaza desde el horizonte progresivamente hasta el cielo, como cuando se asciende en globo y se transforma el punto de vista. Cuando se está de frente al horizonte, en el que la línea de este se encuentra baja y hay una relación corporal con lo que se encuentra delante, en este caso <<islas>>, se puede comparar la situación del propio cuerpo con el lugar. La sensación es de que se está en el sitio, esto es, dentro del mundo y que tiene ante sí lo <<real>>, el mundo tal cual es.
El siguiente punto de vista, más elevado, es el de la mirada sobre un objeto, pongamos que, encima de una mesa, como el arquitecto que elabora y analiza una maqueta. La relación con lo que se encuentra delante pasa de ser una relación con lo <<real>> a serlo con una <<posibilidad>>. Esa mirada elevada e hipotética es un punto de control sobre el territorio; sobre una maqueta la mirada escrutadora puede dominar las entradas y salidas, las fugas y derivas, no se le escapa nada al ojo, que puede rodear y re-visitar al objeto-isla. Es una situación de dominio.
Otro salto, o más bien elevación, del punto de vista es cuando se pasa de la mirada posible, la visión imaginaria y examinadora del ojo sobre el prototipo, a la mirada dominante sobre la <<realidad>>. Cuando se consigue tener una vista del territorio desde lo alto, el mismo poder que se ejerce sobre la maqueta, que es un lugar probable, actúa sobre la superficie de lo <<real>>, el mundo. Es el mismo tipo de violencia. La vista aérea sobre la Tierra, la que usa la arquitectura, la ingeniería y los satélites, es la misma vista que se pretendía alcanzar desde lo alto de la Torre de Babel, el primer intento de arrebatarle el dominio sobre la tierra y sus habitantes a los dioses, el poder de los hombres para elegir y transformar su existencia mundana. En el ascenso al cielo el cuerpo del observador se abstrae, pero a cambio amplia su comprensión y poder de alteración del territorio. El control sobre el aire es también el control sobre la tierra. Por último, no hay que olvidar, que cuanto más se eleva la mirada y permita observar las cosas desde arriba, más se aplana la imagen.
Las series de islas-artificios de Tabares, como si se tratara de un islario contemporáneo, con cierta vocación de archivo, traza un itinerario de posibles formas de ser (y estar) isla, lugar-objeto-imagen-prototipo-utopía.