Notas sobre el museo contemporáneo en un presente evanescente, reflexiones sobre los bienes patrimoniales de la comunidad y algunos apuntes sobre las posibilidades de un entendimiento del dominio público.
El museo del procomún
El museo del procomún es una paradoja, precisamente porque, la tradición expositiva instaura un precedente en la trayectoria pública posible de un sujeto, un contexto. Exponer supone un acto en agencia de las posibilidades retóricas artísticas en la Tierra. La pachamama. El museo puede ser un museo doméstico o puede ser lo que queramos que sea. Existen multitud de maneras de exhortar las formas retóricas contra sí mismo y de establecer discursos a propósito de esta entidad. El museo ya no es el canon intratable e inaccesible, aurático como un cubo blanco. Los museos tienen memoria y la memoria construye sus discursos. También son tanatorios. Recordemos los Salones y la red social establecida, mientras se recorrían las galerías, en relación al nacimiento de la crítica. Existen los museos de provincias tan icónicos que gentrifican zonas enteras. Museos vacíos llenos de presupuestos. Citar es propio del museo, una autoreferencialidad entre iguales.
Para encontrar un museo público habrá que esperar hasta el siglo XVII, al anuncio que de él hacía Bacon en La Nueva Atlántida cuando hablaba de la Casa de Salomón, donde todas las maravillas de la ciencia, objetos de medio mundo y retratos de grandes inventores se exponían para edificación de los ciudadanos. La primera biblioteca pública es la Bodleian de Oxford, de 1602. El primer museo que se declara abierto a los ciudadanos, el Ashmolean Museum of Oxford de 1683. En 1753 el parlamento británico crea el British Museum con las colecciones adquiridas por Hans Sloane.[1]
Colecciones empaquetadas que son símbolo de lo que entendíamos por los bienes culturales sujetos al concepto de Estado-nación. La radicalización de esos discursos es lo que nos ha llevado a capitalizar la cultura como experiencia temática y geopolítica. Los museos quieren hacer memoria colectiva. ¿Pero a qué colectividad hacen referencia? Son formas rígidas que desempeñan los designios al arropo de una bandera económica que no reconoce “la tragedia de los comunes”[2].
Serge Latouche nos indica que “los límites del planeta se hacen evidentes por el crecimiento económico, y a la vez se definen por el volumen de las reservas de recursos naturales no renovables que están a disposición y por la de regeneración de la biosfera a través de los recursos renovables”. [3]
No podemos olvidar la obra de Héctor Feliciano, El museo desaparecido, que describe el expolio y conspiración nazi de obras de arte de todas épocas.
Las pulsiones identitarias no hacen más que encrudecer la construcción de sentido y fortalecer los entramados de dominio y tiranía. Pero existe un museo Otro posible, un museo Otro desplazado.
El museo desplazado es un museo deslocalizado y descentralizado. Un catalizador de subjetividad, estratificado, fragmentado y múltiple al servicio del procomún.
¿Cómo se configura el mismo? Pues a través de los bienes patrimoniales de dominio público. Son los fondos comunales culturales los que hacen posible construir este espacio de posibilidad para la lectura del propio concepto de museo y del territorio de lo museable.
El museo apátrida tendrá la capacidad de enunciar discursos de la comunidad y al mismo tiempo ponerla en crisis.
Acueducto Icod – Buenavista, Tenerife, 1945
La crisis de lo museable ha hecho que todo se vuelva museable. Todo es digno de registro en ese Museo Imaginario prefigurado por André Malraux y sólo depende del criterio de cada individuo. Proponemos como alternativa la posibilidad de un museo por cada ser. Si existiera la posibilidad de configurar un museo por cada ser las lecturas podrían coexistir en brevedad y sentido. No serían museos para ejemplificar una zona territorial o ponerla en valor, ni siquiera para establecer relaciones de poder con el arte y del arte con el poder. Serían un espacio común de intercambio de lo inútil pero sin poseerlo. Sería invertir la tendencia a la privatización de los bienes culturales públicos.
Tal y cómo señala Antonio Lafuente: “Hay una dimensión en la creación que es procomunal”.
El carácter elusivo del procomún hace de esta situación que el museo se convierta en un espacio agonístico que pueda dar lugar al encuentro por el bien común. El museo de la sociedad red es un ente plural y ancho que aborda la esfera pública, un espacio de debate y agencia. Un espacio de imágenes conferido por el hecho de compartir y de regenerar discursos y bifurcaciones. Es el escenario de una nueva geografía participativa y crítica, el lugar de encuentro de la ciudadanía en crisis. Espacio de los aislados que establece vínculos y relaciones sociales para el desarraigado sobre nuevos escenarios de pertenencia.
El procomún se conforma mediante las cosas que heredamos y creamos en comunidad y que legaremos gracias a su cuidado y protección a las generaciones futuras. Generan a su vez una comunidad en situación mediante un cosmopolitismo que desarrolla las capacidades no lucrativas y perentorias de una sociedad del encuentro. Prodigalidad de lo escaso y apropiación pública de lo público.
Se trata de un cambio que parte de la reducción prácticamente a coste cero de los costes de edición, copia, reproducción y transmisión de datos. El mundo del conocimiento y de la creación, tal y como señala Lafuente, ha sido sacudido por profundas transformaciones que afectarán para siempre la relación entre profesionales y aficionados, productores y consumidores y entre autores y públicos.
El procomún es aquello que nos nivela como seres humanos, aquello que nos obliga a reconocernos como iguales.[4]
Se trata de un modelo de museo sin patente y que posibilita la impugnación de las mismas en aras del dominio público. La privatización y el corporativismo estatal asociado al conocimiento ha devenido en patentes de corso de la cultura industrializada y de las grandes corporaciones culturales privadas y públicas. Las marcas como el Louvre, el Guggenheim o el Pompidou se instalan en nuevas macro-sedes que se asientan en el discurso del capital y del mercado neoliberal. Se tratan de pseudo-mudanzas en red para establecer un discurso patriarcal no comunal de la cultura, un entramado mercantil con los bienes culturales nacionales e internacionales como protagonistas.
Boris Groys nos aclara que “nuestra concepción de democracia está basada en una concepción específica del Estado-nación. No tenemos un marco de democracia universal que trascienda los límites nacionales, y nunca hemos tenido una democracia así antes.”[5]
Por lo tanto, es preciso señalar, que se trata de un espacio de contradicción por subvertir.
Estamos hablando en un marco de “excedencia postfordista” en el que el capital, “incapaz de gobernar activamente desde dentro de la productividad social, dado que ésta excede las formas capitalistas de racionalización de lo real, se limita a ejercer control, a expresarse como puro límite externo frente a una cooperación productiva que prefigura su obsolescencia”[6].
A esa dilatación del tiempo de pensamiento y acción se la denomina procrastinación, nuestra sociedad ha postergado afrontar la idea de equidad no sólo en las instituciones. La voluntad del museo, sería efectivamente, la de componer y señalar tal y como señala Claire Bishop “una relectura de la historia que pone en primer plano aquello que ha dejado de lado, reprimido y descartado a los ojos de las clases dominantes. La cultura deviene un medio primario para visualizar alternativas; en lugar de considerar la colección del museo como depósitos de tesoros, puede ser reimaginada como un archivo de lo común”[7].
[1] Eco, Umberto – Pezzini, Isabella. El museo. De lo privado a lo público. Casimiro libros. Madrid, 2014. p. 25
[2] Ostrom, Elinor. El gobierno de los bienes comunes. La evolución de las instituciones de acción colectiva. Reflexiones sobre los bienes comunes. El uso metafórico de los modelos. Instituto de investigaciones sociales Universidad nacional autónoma de México. Fondo de cultura económica. México, D.F., 2011. Pp. 44-45
[3] Latouche, Serge. Límite. 4.1. Los límites del planeta. Adriana Hidalgo editora. Ciudad autónoma de Buenos Aires, 2014. p.60
[4] Rao, V. y Walton M. (eds.), Culture and public action, Stanford, California, Stanford University Press, 2004.
[5] Groys, Boris. Arte en flujo. Ensayos sobre la evanescencia del presente. Bajo la mirada de la teoría. Caja negra editores, 2016. p.53
[6] De Giorgi, Alessandro. El gobierno de la excedencia. Postfordismo y control de la multitud. 2. Excedencia postfordista y trabajo de la multitud. El gobierno de la excedencia. Traficantes de sueños, 2006. Pp. 103- 104
[7] Bishop, Claire. Museología radical. 0 ¿qué es “contemporáneo” en los museos de arte contemporáneo? Editorial Libretto, 2018. p. 82
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